La transformación de las ciudades

La intersección entre la movilidad y el espacio público

Vivimos tiempos extraordinarios. La aparición y el reconocimiento de problemas y retos como el cambio climático, la salud pública, las fuentes de energía y la rápida y continua urbanización están provocando una reevaluación de muchos patrones que han parecido tradicionales e inmutables en los últimos 100 años, como los que afectan a las ciudades. Además, estos patrones, considerados en su momento independientes unos de otros, como si de «silos» se tratara, son entendidos en la actualidad como componentes interconectados de una realidad existencial holística.

En el denso núcleo urbano, cada metro cuadrado de terreno tiene un valor extraordinario y origina una gran competencia. Ninguna ciudad lo ejemplifica mejor que Nueva York. El Commissioner’s Plan (plan de ordenamiento urbano) de 1811 dividió la ciudad en parcelas privadas que podían ser gravadas fiscalmente. Apenas se incluyeron «espacios públicos», aunque los ciudadanos acabaron presionando y consiguieron que las parcelas no deseadas fueran declaradas squares o «plazas»: Union, Madison, Greely, Times. Por tanto, en aquella época, el espacio público, el ámbito público, coincidía con el espacio entre edificios y era concomitante con las calles públicas de Manhattan.

Time Square, en la ciudad de Nueva York.

TIMES SQUARE, NUEVA YORK, 2022. FOTO © DANI POWELL

En las imágenes previas a la aparición del automóvil, es posible ver a la gente deambulando por esas calles, utilizándolas como ciudadanos de pleno derecho. Cuando el automóvil proliferó y sustituyó a los vehículos tirados por caballos apareció la idea de cruzar la calle de forma imprudente, denominada «jaywalking» en inglés. Esto alteró el flujo y la congestión cada vez mayor del tráfico y el consumo de combustibles fósiles. Camillo Sitte advirtió en sus escritos sobre la primacía del automóvil y su efecto nocivo en el ámbito urbano. Y vaya si tenía razón.

Avancemos hasta 2021. Las extraordinarias nuevas tecnologías, la continua preocupación por el crecimiento desbocado de la población, los problemas físicos y psicológicos de salud pública generados por una pandemia global y las causas y efectos del cambio climático, junto con la política, la economía y la guerra, son portada en todos los medios de comunicación. Y todas estas preocupaciones acaban por manifestarse físicamente en nuestra planificación territorial, en el paisaje urbano y el diseño arquitectónico. Los barrios dependientes del automóvil siguen creciendo a pesar de que alabamos el modelo de alta densidad de edificios bajos de Barcelona y otras ciudades del siglo XIX y trabajamos para emularlo.

Y aquí es donde se produce la intersección entre la movilidad y el espacio público. El automóvil, en su versión con motor de combustión interna, está siendo atacado, al fin. Pero lo más probable es que la versión eléctrica siga compitiendo por el espacio público y continúe promoviendo la expansión urbana. Sin embargo, cada vez más ciudades, pueblos y centros urbanos se niegan a seguir cediendo su valioso espacio público a 1.500 kilos de metal inmóvil que ocupe su ámbito público de ocio y salud.

Espacio público en el barrio de Brooklyn de la ciudad de Nueva York.

VANDERBUILT AVENUE, BROOKLYN, NUEVA YORK, 2022. FOTO © DANI POWELL

Basta con buscar en Google «ciudades sin coches» para encontrar un gran número de ciudades que han prohibido con éxito la entrada de vehículos en sus centros urbanos. Los temores al fracaso comercial sin el acceso de vehículos han sido contrarrestados por los estudios que muestran un aumento del tráfico peatonal y el incremento de las ventas. Esto es una muestra de que las cosas están cambiando. Las calles, nuestro omnipresente espacio público, están siendo reclamadas y reivindicadas en todo el mundo como el legítimo y saludable ámbito del peatón y de las actividades de una urbanización más sostenible.

Además de la reducción del automóvil en el centro de las ciudades, existe un énfasis continuo en el transporte público. Estos sistemas, en ocasiones subterráneos, suelen ser más eficaces en términos de tiempo, más eficientes energéticamente y están menos congestionados que el transporte en vehículos privados. Y con la creciente apreciación de estos aspectos, también es evidente que los centros de movilidad son, en sí mismos, espacios públicos. Las grandes estaciones y terminales en todo el mundo han sido siempre lugares de encuentro y reunión y en algunos casos, como el Rockefeller Center en Nueva York, o el gran eje central de Shanghái, también grandes lugares de encuentro social y comercial.

En el siglo XXI, los nuevos tipos de movilidad, cada vez más numerosos, ofrecerán alternativas más saludables de ahorro energético para los desplazamientos urbanos, pero estas nuevas tipologías suelen acarrear circunstancias imprevistas. A medida que esto se produce, experimentamos ajustes dinámicos en las definiciones modales (bicicletas de pedales frente a bicicletas eléctricas o híbridas), problemas de seguridad y conflictos de micromovilidad. Las bicicletas no son solo una amenaza para los peatones, también lo son para para sí mismas. Sin mencionar los monopatines, los patinetes, las sillas de ruedas y el espacio público que ocupan. Y las diferentes necesidades de los grupos de usuarios, niños, ancianos, caminantes rápidos, lentos, paseantes…

Por ejemplo, a pesar de que París está a la cabeza de la peatonalización, el cierre de determinadas vías y los conflictos en las calles aptas para bicicletas son noticia porque los padres temen que sus hijos vayan a la escuela por calles infestadas de bicicletas a gran velocidad. La disputa sobre quién tiene el uso, propio o ajeno, del espacio público con cualquier fin aún no se ha resuelto y en lo que respecta a la ciudad en su conjunto, quizás no pueda llegar a resolverse nunca.

Los retos y las oportunidades de cómo utilizar el espacio público en el futuro, ya sea para los desplazamientos, el entretenimiento, el ocio, el comercio, etc., probablemente serán definidos por el contexto siempre emergente de cada momento en el tiempo. Pensemos en el efecto de la actual pandemia sobre el espacio público y la movilidad. El movimiento en general disminuyó en la primera fase. En las ciudades de EE.UU. los restaurantes se trasladaron al exterior y ocuparon los carriles de circulación, las entregas tuvieron que replantearse, los problemas de contagio afectaron a la densidad y la distribución, el transporte colectivo disminuyó y el transporte en vehículos privados comenzó a aumentar.

Ahora los problemas energéticos están afectando a los desplazamientos y quizá el transporte público vuelva a parecer la alternativa preferida. Todo esto quiere decir que este acontecimiento actual, combinado con la planificación y el diseño de la respuesta climática a más largo plazo, aumentará sin duda la vigencia y la importancia del espacio público.

Imagen principal: Calle de Aragón, Barcelona, 2022. Foto © Dani Powell

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